Cuando era niña, para ayudarla a superar la muerte de su padre, a Blanca
su madre le contó un cuento chino. Un cuento sobre un poderoso
emperador que convocó a los sabios y les pidió una frase que sirviese
para todas las situaciones posibles. Tras meses de deliberaciones, los
sabios se presentaron ante el emperador con una
propuesta:
«También esto pasará.» Y la madre añadió: «El dolor y la pena pasarán,
como pasan la euforia y la felicidad.»
Ahora es la madre de Blanca quien ha muerto y esta novela, que arranca y
se cierra en un cementerio, habla del dolor de la pérdida, del desgarro
de la ausencia. Pero frente a este dolor queda el recuerdo de lo vivido
y lo mucho aprendido, y cobra fuerza la reafirmación de la vida a
través del sexo, las amigas, los hijos y los hombres que han sido y son
importantes para Blanca, quien afirma: «La ligereza es una forma de
elegancia. Vivir con ligereza y alegría es dificilísimo.»
Esta y otras frases y el tono de la novela, tan ajena a cualquier
concesión a lo convencional, evocan aquella Bonjour tristesse de
Françoise Sagan, que encandiló a tantos (y escandalizó a no pocos)
cuando se publicó en 1954. Todo ello en el transcurso de un verano en
Cadaqués, con sus paisajes indómitos y su intensa luz mediterránea que
lo baña todo.
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